Cristian Iván Zaracho
El señor de la humildad, el talento y los anillos
Emanuel Ginóbili consiguió su cuarto anillo de la NBA. Pudo tomar revancha de la final del año pasado,
ante el mismo equipo, los Miami Heat al liquidar la serie por 4-1, borrando de la cancha a LeBron y cía.
Las comparaciones, suelen ser odiosas. En este caso no, pues se trata de comparar el talento. Quien es fanático del automovilismo, al menos en Argentina, dirá que “Fangio ha sido uno de los mejores pilotos del mundo”, y no es para menos, ha ganado cinco campeonatos mundiales de Fórmula 1, cuando, claramente, no es lo que representa hoy.
Aquellos que disfrutan del deporte más popular del mundo, no dejarán de elogiar a un tal…Diego Armando Maradona. Aquel que ha ganado, por ejemplo, un campeonato mundial, en México 86; o ganó dos escudetos con el Nápoli e incluso una copa UEFA.
Comparado con él, siempre se encuentra un rosarino que recibe el apodo “la pulga” se alzó con algunos premios a nivel deportivo: tres veces consecutivas copa UEFA, mundial de clubes y campeón olímpico en Atenas 2004, Lionel Messi.
Pero hay otro deportista, ejemplo dentro y fuera de la cancha. Como los anteriores, supo enfrentarse a la adversidad, a las negativas, a las palabras duras que recibió de algunos entrenadores, que lejos de amedrentarlo, le dieron impulso para superarse. Y así lo hizo. Fue por más, alimentado por su competitividad.
El menor de los Ginóbili, soñaba, primero con jugar en la Liga Nacional de Basquetbol, y sin dudarlo, firmó contrato con Andino de La Rioja. Pasó por Estudiantes de Bahía Blanca y dio el salto a Europa, al Reggio Calabria, Kinder Bologna y finalmente, llegó para coronar su sueño a la NBA, la liga más importante y poderosa de básquet en toda la tierra. También consiguió el oro en Atenas 2004, dejando relegados nada más y nada menos a los campeones del Mundo, por entonces Serbia y Montenegro y al Dream team, formado íntegramente por estrellas NBA.
Cosechó éxitos donde fue. No sin antes haber sufrido. Pero si algo deja en su legado, es en no darse por vencido nunca. En pelear cada pelota como si fuera la última. Anoche, se coronó por cuarta vez como campeón de la NBA. Se ha adaptado, como todo el equipo de San Antonio para jugar en pos del juego colectivo, dejando de lado las individualidades. Movieron el balón buscando el tiro más cómodo. Jugaron cada posesión hasta el último segundo. Es de tanta confianza para el entrenador, que se lo ha visto diagramando jugadas para tomar el último tiro. Incluso el coach ha declarado que está más tranquilo y se lo debe a Manu.
Entonces, cómo no admirar a una persona –porque es eso antes que deportista- que con su juego deja enseñanzas. Quizás en un futuro, el juego en la NBA sea de equipo, no de un equipo lleno de individualidades. Verdaderamente los juegos de las finales de 2014, fueron una lección de juego en conjunto. Cada uno de los que pisaba el rectángulo de juego, se brindó por y para el bien de la franquicia. Y eso se notó aún más cuando el jugador más valioso, no fue ni Duncan, ni Parker ni el propio Manu, sino Leonard y todos aplaudieron, gritaron y felicitaron a un tímido y joven con una proyección enorme como basquetbolista.
Por todo. Emanuel Ginóbili, se convirtió en el mejor deportista argentino en la historia. Difícilmente haya alguien que pueda emular todo lo realizado por el “narigón”. De igual manera, es y será por mucho tiempo el ejemplo a seguir. Porque sumando la humildad y el talento, nos da como resultado, el señor de los anillos.